¡En defensa de la peatonalización!
Por: Lucho Nieto Degregori
En días recientes, la Municipalidad del Cusco ha dado nuevos pasos hacia la peatonalización del centro de la ciudad y eso ha generado críticas de algunos sectores. Lo que sigue es un alegato a favor de las acciones municipales en este tema, escrito desde la perspectiva de un simple ciudadano que quiere abordar un par de temas sobre los que no se ha incidido casi nada en el debate.
Dejo de lado el argumento más evidente a favor de la peatonalización: el del enorme impacto positivo que tendría en la conservación de nuestro patrimonio arquitectónico. Por lo mismo, en los párrafos que siguen utilizaré conscientemente el término “centro urbano” en lugar de “centro histórico”. Hago esto porque estoy convencido de que como sociedad en conjunto, instituciones y personas, nos hemos mostrado incapaces de desarrollar acciones efectivas para conservar nuestro legado patrimonial. Es más, son los sectores que más se benefician con el patrimonio los que más descaradamente suelen atentar contra la integridad del centro histórico, como lo muestran los grandes escándalos de construcciones hoteleras y centros comerciales.
Seguramente la afirmación que acabo de soltar sacará roncha a muchos pero pienso que debemos quitarnos la máscara de una vez por todas. En el tema de la defensa del patrimonio, los cusqueños nos comportamos igual que como hemos actuado los peruanos en el tema de racismo con una ciudadana argentina: ¡Ningún extranjero va a venir a cholearnos! ¡Solo los peruanos tenemos derecho a denigrar a otros peruanos y lo hacemos a diario, casi cada minuto y sin pestañear! De la misma manera, en el Cusco podemos afirmar orgullosos que solo los cusqueños podemos destruir nuestro patrimonio, día a día, sin pausa y sin remordimiento de consciencia. ¡Pero ay de si viene un chileno o un brasileño a pintar un muro con spray! ¡Cómo nos rasgamos las vestiduras!
Volviendo pues a los impactos positivos de la peatonalización, quiero presentar dos argumentos a su favor, ambos relacionados de alguna manera.
El primero tiene que ver con los evidentes beneficios que traería para nuestra calidad de vida. Plazas y calles sin circulación vehicular significan espacios urbanos libres de contaminación con gases y de los ruidos de motores, bocinazos y pitos de policías. Puede sonar a poco pero seguramente nuestros pulmones están llenos de humos y la agresividad con la que nos comportamos en el día a día tiene que ver mucho con el enorme estrés que genera el tránsito vehicular. ¡Caminar por calles tranquilas sin temor a ser atropellado traería una mejora considerable a nuestra salud física y emocional! De eso estoy totalmente convencido.
Al mismo tiempo, sin embargo, sé que este argumento no va a convencer a nadie. En muchos aspectos de nuestra vida cotidiana podemos comprobar que en sociedades como la nuestra, con muchísimas carencias entre sus grandes mayorías, la calidad de vida no es algo que nos quite el sueño o lo sintamos como algo palpable que debiéramos mejorar. Un par de ejemplos: ¡nos subimos a un autobús atestado de pasajeros para viajar a una ciudad cercana a sabiendas de que el sobrepeso que nosotros mismos estamos generando puede provocar un accidente con muertos y heridos!, ¡levantamos nuestras viviendas en quebradas sin importarnos que en la siguiente temporada de lluvias el riesgo de derrumbe, nuevamente con pérdida de vidas, sea muy alto! Sí, pues, si todavía no valoramos nuestras vidas, menos vamos a tener consideración con nuestros pulmones.
Intento un último argumento relacionado con el anterior: ¡el de los espacios urbanos apropiados para el automóvil! El Cusco, como no nos cansamos de repetir, es una ciudad cuyo tejido urbano se empieza a configurar digamos hacia el 1400, cuando nadie soñaba que eran necesarias vías anchas. El centro urbano como lo conocemos hoy toma cuerpo, sobre la base del tejido anterior, en los siglos XV y XVI, cuando por las calles circulaba a lo más una que otra carreta. Estamos hablando pues de un centro urbano conformado a la exacta medida de las personas que transitaban a pie. Y cuando digo centro urbano me refiero también a los cuatro barrios: San Pedro, Santa Ana, San Blas y San Cristóbal, sobre todo estos dos últimos que por su topografía son aún más inaccesibles a los vehículos.
El automóvil es un hijo del siglo XX y se lleva muy bien, prácticamente en una relación de simbiosis, con los espacios urbanos que surgen desde comienzos de ese siglo: suburbios de las grandes ciudades de Estados Unidos y Europa principalmente y ciudades nuevas de esos mismos lugares. Esos espacios se caracterizan por amplias vías en las que los vehículos pueden circular lo menos a 60 kilómetros por hora, por ocupar grandes extensiones, por carecer de veredas para el tránsito peatonal. Y lo más importante en lo referido al nivel de vida de sus pobladores: ¡todos están condiciones de ser propietarios de un automóvil!
¿Ocurre lo mismo con el Cusco? Las calles tan estrechas que son el signo distintivo de nuestra ciudad ¡jamás estuvieron pensadas para que circulen vehículos! ¡Estos simplemente las hacen explotar! ¿Y es indispensable el automóvil en nuestro centro urbano? Ya dije antes que no, que este se conformó a la medida de una persona que lo puede recorrer tranquilamente caminando. Traigo a colación una sencilla anécdota para que se entienda a que me estoy refiriendo: cuando era niño, allá por 1960, mi mamá me contaba que la primera línea de ómnibus de Cusco hacía su recorrido de San Pedro a la Universidad. Mi papá y ella vivían en Huáscar e iban caminando a todo sitio, sea el centro, sea la universidad, donde ambos trabajaban. Y me contaba mi madre que los boleteros rogaban a las personas para que suban al ómnibus: ¡Suba, señorita. La llevamos pues!
Lamentablemente, lo que ha ocurrido en las últimas décadas es lo mismo que con las gaseosas: se ha vuelto de consumo cotidiano algo que es superfluo. ¡Creemos que el transporte privado y público en el centro urbano es vital cuando en realidad sería más cómodo y más sano para todos que nos moviéramos a pie como se hizo entre los siglos XVI y mediados del siglo XX!
Como en el caso del argumento anterior, sé que este convencerá a muy pocos. Se me ocurre por lo mismo que se podría hacer una campaña televisiva que muestre los dos tipos de espacio urbano: el surgido para personas y el propio para vehículos. Este spot mostraría, por un lado, calles angostas, con cuadras cortas, con buses o minibuses o camionetas 4 x 4 que a duras penas caben en ellas y, por otro, esos espacios urbanos que casi no hay en Perú de grandes avenidas, con chalets rodeados de amplios jardines a ambas orillas, sin veredas, con una parada de autobuses que muestra en el horario que el bus pasa cada hora pues todos en la ciudad se mueven en su auto propio. Finalmente, un mapa mostraría, sobreponiéndose sobre otro, que la extensión del centro urbano de Cusco no ocupa ni diez o veinte manzanas de esos extensísimos espacios urbanos que se desarrollaron de la mano con el automóvil y la urbanización acelerada del silgo XX…
Dos veces, en relación a mis dos argumentos, he señalado que no creo que resulten convincentes. ¿Significa eso que soy pesimista en relación a las acciones municipales para promover la peatonalización? ¡De ninguna manera! Hay acciones en favor del bien común que deben ser tomadas en base a voluntad política y sacrificando la popularidad. Sobre todo cuando la experiencia cotidiana de los ciudadanos no les permite todavía a estos valorar los enormes aspectos positivos de esas medidas. Por eso aplaudo la peatonalización promovida por el alcalde Carlos Moscoso y estoy seguro de que los inconvenientes puntuales que esta genere se podrán ir resolviendo poco a poco y con creatividad.
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