
Por: Mg. Eric Arenas Sotelo*
Una de las cuestiones que se deben de discutir en el espacio público y privado, son las amplias diferencias y exclusión en las que nos encontramos como sociedad. Las mujeres viven contexto de desigualdad en oportunidades y violencias (social, familiar y estructural), que además afecta su estado de salud física y mental, como también su bienestar social (Ramos, 2012). Por eso, es clave que como sociedad- sobre todo como hombres- asumamos una postura sobre las violencias en las que vivimos (sobrevivimos).
Veamos algunos datos: A nivel nacional entre el 2010 al 2017 se dieron 825 feminicidios, y 1153 tentativas de feminicidio, con un total de 1978 casos (MIMP, 2017). Haciendo un análisis de los datos de este periodo, cada mes intentaron o mataron a casi 21 mujeres en el país. Veamos la realidad de nuestra región: Cusco es una de las 5 regiones con mayor incidencia de violencia sexual; asimismo, la primera mitad del presente se reportaron más de 2579 casos de violación contra las mujeres (MIMP, 2017). También, el 75.4% de mujeres ha sufrido algún tipo de violencia por parte de su compañero o ex compañero; es decir, 7 de cada 10 mujeres han sufrido alguna vez violencia de pareja (ENDES, 2016). Las cifras son alarmantes y las acciones tomadas desde la sociedad y el Estado suelen ser débiles. Cabe mencionar, que en una sociedad machista como la nuestra, la violencia suele ser escondida por temor, vergüenza o miedo a las represalias por parte del agresor o a ser juzgadas por los círculos más cercanos como la familia o amigos.
En ese sentido, como sociedad tendríamos que preguntarnos ¿Qué estamos haciendo frente a este problema? , ¿Qué rol tenemos como hombres frente a la violencia en todas sus formas? ¿Qué responsabilidades debemos asumir?– Sabiendo que todavía vivimos en un espacio privilegiado más para nosotros que para ellas. Para la muestra un botón, en el país y la región todavía existe una mayor incidencia de cargos públicos por parte de los hombres, los distintos espacios son gobernados y dirigidos por los hombres; sino póngase a pensar ¿Cuántas alcaldesas tenemos en la región?. Sin embargo, en el imaginario social (lo que pensamos como sociedad) se acepta que la mujer todavía tome un rol pasivo frente al varón. Claro está, que para tapar (negar) este discurso, en la discusión pública se señala que no existe esta problemática- que la mujer tiene las mismas oportunidades y más que el varón- pero la realidad se muestra distinta; pues en el espacio privado (y ahora también público) las violencias contra la mujer siguen en aumento. Podemos señalar ejemplos cotidianos como: los estereotipos construidos socialmente: que la mujer debe quedarse en casa, la mujer es conflictiva y delicada, la mujer solo debería cocinar y no estar en otros espacios. O también, que el varón es el jefe de la familia, que un hombre nunca lava los platos, y que además la mujer debe estar al servicio de este incondicionalmente. Como lo evidencia Villa (2015) está reservado para las mujeres la estética corporal y la belleza, mientras que el hombre homogéneamente solo puede ser tosco y sin sentimientos; y si sucede lo contrario ambos serán censurados socialmente.
“Las nuevas masculinidades buscan justamente, interpelar esa construcción social de creer al hombre como uno solo, y más bien, replantear diversas posturas, y que permitan existir masculinidades heterogéneas: es decir, que el hombre pueda construirse de acuerdo una sociedad tolerante, democrática, desde un plano horizontal y diverso frente a la mujer. ”
Como sociedad y como varones, debemos asumir una postura crítica y reflexiva; interpelar-nos- desde esa posición de privilegio (como hombres) en la cual nos ha construido la sociedad, pues fuera de ser ajenos a este problema, estamos inmersos y tenemos una responsabilidad compartida. La propuesta de repensar-nos- desde nuestra masculinidad, implica hacer un ejercicio introspectivo sobre lo que significa ser hombre. Es decir, ¿realmente el hombre es duro, sin sentimientos, no llora y es el macho dominante? o también podría mirarse: como hombres delicados, con sentimientos, que pueden llorar y que se desplazan a un plano diferente de poder junto a la mujer, incluso que pueden controlar sus emociones. Las nuevas masculinidades buscan justamente, interpelar esa construcción social de creer al hombre como uno solo, y más bien, replantear diversas posturas, y que permitan existir masculinidades heterogéneas: es decir, que el hombre pueda construirse de acuerdo una sociedad tolerante, democrática, desde un plano horizontal y diverso frente a la mujer.
En ese sentido, será necesario generar un proceso sostenido de cambio, que permita deconstruir, construir y reconstruir las masculinidades: promoviendo acciones que favorezcan el desarrollo comunitario, el afrontamiento de situaciones violencia social y violencia de género, la vulneración de derechos de las mujeres (y de hombres). Asimismo, que como hombres podamos evidenciar situaciones de exclusión y discriminación contra las mujeres. Es así, que se pueda hacer frente desde los hombres a contextos donde se dan fenómenos complejos como la naturalización de la violencia o la cosificación (verla como una cosa) de las mujeres; cuestionar relaciones perversas de inequidad entre ambos, lo cual coloca en una situación de mayor vulnerabilidad y riesgo a las mujeres.
¿Qué es la construcción de masculinidades como elemento clave para una convivencia democrática?
Es una manera de pensar nuevamente el rol del hombre en la sociedad, y así poder generar procesos de cambio positivo donde tradicionalmente existen grandes desigualdades de género. Entonces, como ciudadanos e integrantes de la sociedad se tendrá que plantear un cambio ético y político de la realidad, que permitan promover procesos de transformación en la sociedad cusqueña, una que permita igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Además de eso, se pueda impulsar la consideración positiva de la diversidad y una cultura de paz-igualitaria, para lo cual se necesitan transformaciones culturales de largo aliento (Valdés & Olavarría , 1998).
Es impostergable hacer frente a situaciones de pobreza y violencias. Se hace necesario aplicar estrategias colectivas participativas, de interacción armónica con pleno respeto a las diferencias de género, geográficas y culturales. De esta forma, se podrá fomentar el desarrollo de capacidades reflexivas frente a la masculinidad y generar una realidad de respeto a la dignidad humana. Y para eso, necesitamos cambios personales y estructurales, se deben discutir, reflexionar sobre el tema en espacios como la familia, el trabajo, las universidades, las entidades públicas y privadas, las organizaciones sociales y con el ciudadano de a pie. Más allá de crear machitos dominantes, es necesario construirnos como hombres que respeten al otra(a) genuinamente.
La movilización social ha comenzado entre los hombres del país y la región, tenemos espacios como la Red Peruana de Masculinidades, y la iniciativa de un grupo de masculinidades en Cusco; pues el problema de las violencias contra la mujer, también es asunto de los hombres. Por eso, se debería indagar, analizar y compartir sobre la configuración de otras-diversas- masculinidades entre los hombres.
* Psicólogo Social-Comunitario/Consultor en proyectos de participación, género y masculinidades
Bibliografía
Ramos, M. (2012). Manual de Capacitación a Líderes Locales en Masculinidades y Prevención de la Violencia Basada en Género. Lima: Fondo de Población de las Naciones Unidas Perú.
Valdés, T., & Olavarría , J. (1998). Masculinidades y equidad de género en América Latina. Santiago: FLACSO-Chile.
Villa, J. (2015). Cuerpo, masculinidad y estilo en jóvenes de sectores altos de Lima. Lima: PUCP.
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