27/09/2023

El sector agrario es fundamental para el desarrollo y la inclusión social

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Por: Walter Choquevilca

Según el último Censo Nacional Agropecuario (CENAGRO, 2012), del total de unidades agropecuarias de nuestro país, el 97 % corresponde a la agricultura familiar, y en siete departamentos, entre ellos el Cusco, esta tasa asciende casi al 100 %. Es decir, la gran mayoría de unidades familiares disponen de pequeñas extensiones de tierra (80 % con menos de 5 Ha.), utilizan fuerza de trabajo familiar (60 % solo cuentan con trabajo familiar) y “constituyen el modo de vida y de producción que practican hombres y mujeres de un mismo núcleo familiar en un territorio rural en el que están a cargo de sistemas productivos diversificados, desarrollados dentro de la unidad productiva familiar, como son la producción agrícola, pecuaria, manejo forestal, industrial rural, pesquera, artesanal, acuícola y apícola, entre otros, siendo esta heterogénea debido a sus características socioeconómicas, tecnológicas y por su ubicación territorial”

Del total de unidades agropecuarias de nuestro país, el 97 % corresponde a la agricultura familiar, y en siete departamentos -entre ellos el Cusco- esta tasa asciende casi al 100 %.

Es importante destacar que el sector agrario es fundamental para activar el desarrollo y la inclusión social, no solo porque es el mayor proveedor de fuentes de trabajo en el área rural, sino porque ofrece soluciones claves para el desarrollo sostenible y la eliminación del hambre y la pobreza, que tiene una persistencia del 46.1 % en la sierra rural (INEI, 2019). La agricultura familiar también es importante porque contribuye a la conservación de los ecosistemas y a la vigencia de conocimientos ancestrales en el manejo de tierras de ladera, agua y cultivos, así como en la conservación de la agrobiodiversidad andina, que constituye un importante patrimonio genético para la humanidad.

De acuerdo a su tipología (MINAGRI, 2015), la agricultura familiar se clasifica en tres tipos: de subsistencia, intermedia y consolidada. La agricultura familiar de subsistencia se caracteriza porque su producción está mayormente orientada al autoconsumo y la disponibilidad de tierras e ingresos son insuficientes para garantizar la reproducción familiar, por lo cual la familia tiene que recurrir al trabajo asalariado fuera o al interior del sector agrícola. Tres cuartas partes de las unidades agropecuarias, en nuestro país, pertenecen a esta categoría.

El sector agrario es fundamental para activar el desarrollo y la inclusión social, no solo porque es el mayor proveedor de fuentes de trabajo en el área rural, sino porque ofrece soluciones claves para el desarrollo sostenible y la eliminación del hambre y la pobreza.

Aun cuando el Estado asumió compromisos nacionales e internacionales, como el Acuerdo Nacional, suscrito el 22 de julio de 2002, y el cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), las políticas del sector están sustentadas en la promoción de mercados y una reducción de la intervención estatal al mínimo indispensable, además, los responsables del modelo económico actual consideran que este sector donde prima el minifundio es improductivo y, por consiguiente, poco atractivo para las inversiones (Roncal, 2011), por esta razón la agricultura familiar de subsistencia ha quedado excluida y es el sector donde los beneficios del crecimiento económico no han llegado. Los datos de su caracterización así lo corroboran, pues solo el 4 % de los agricultores de subsistencia recibe asistencia técnica, 6 % accede a crédito o préstamo, 41 % tiene riego, 9 % usa semilla certificada y entre 40 a 60 % no tienen títulos de propiedad (MINAGRI, 2015). Adicionalmente, según datos de la Encuesta Nacional Agropecuaria 2014, el 79% de productores agropecuarios no hace uso adecuado de vacunas y/o fármacos, no realiza buenas prácticas en el uso de plaguicidas químicos y en prácticas de bioseguridad en sus animales de crianza, el 76% de productores no realizan buenas prácticas agrícolas, asociadas a la aplicación de métodos para minimizar la degradación de suelos, métodos de riego y buen uso de insumos agrícolas.

EL ROL DEL ESTADO

En este contexto, el gran reto para el Estado es diseñar estrategias (como parte de políticas agrarias inclusivas) que ayuden a las y los agricultores de subsistencia a escalar a los niveles de agricultura familiar intermedia y agricultura familiar consolidada, con sustento suficiente en la producción propia, tierras con mayor potencial productivo y acceso a mercados (de tecnología, capital y productos) y con capacidad de generar excedentes para la capitalización de la unidad productiva. Para esto será importante considerar los resultados de experiencias desarrolladas en la región, como el trabajo con expertos campesinos (yachachik, kamayoq) para fines de asesoramiento y capacitación, el desarrollo de módulos integrales de gestión familiar, la diversificación productiva, el crédito campesino, generación de valor agregado y constitución de pequeñas empresas familiares, articulación a mercados, seguro agrario, entre otros.

CONOCIMIENTOS ANCESTRALES PARA ENFRENTAR EL CAMBIO CLIMÁTICO

Finalmente, es preciso considerar el contexto actual de cambio climático cuyos impactos en la región están afectando directamente a los más pobres. Es urgente masificar, desde el Estado, medidas de adaptación, en base a tecnologías ancestrales y modernas, pues el cambio climático será un proceso continuo durante décadas y hasta siglos. En Cusco también es prioritario el afianzamiento hídrico, pues los efectos del acelerado retroceso glaciar y los escenarios futuros indican que vamos hacia una disminución paulatina y permanente de la disponibilidad hídrica. Para esto se requiere de voluntad política, pero voluntad política traducida en inversiones.

Cultivo de granadilla en Santa Teresa (La Convención).