
Por: Pulso Regional
Entrevista a Celso Quispe Zanabria, Director Ejecutivo del Centro para el Desarrollo de los Pueblos – CEDEP AYLLU
¿Cuál es la importancia de la cosmovisión andina en el tiempo actual?
Nuestra forma de vida, nuestra cosmovisión para los andinos y en especial, para las familias adultas de las comunidades campesinas que todavía preservan esta sabiduría, es una totalidad viva. El ser humano siempre ha estado pendiente del comportamiento de la naturaleza, como parte de la misma y no, como algo separado de ella. Por lo tanto, hace una experimentación permanente e indispensable para evaluar su comportamiento y hacerle seguimiento para controlar el manejo de los recursos evitando su deterioro.
Nuestros antepasados manejaban variados pisos ecológicos desde el mar hasta la selva, es aquí donde nuestros pueblos aprendieron todo lo relacionado con la Pachamama, todo su saber y su cosmovisión, reconociendo la armonía con la naturaleza, la variabilidad climática y entendiendo que la chacra es la que nos da todo lo necesario para poder vivir; construyendo un enfoque “agro céntrico”. En la actualidad, donde los efectos del cambio climático y el comportamiento de la humanidad extractiva y aprovechadora, casi irrespetuosa de la naturaleza, la cosmovisión andina se vuelve una oportunidad para responder a las necesidades globales con prácticas sencillas y locales. Por esta razón debemos revalorar los saberes ancestrales construidos por nuestros antepasados sabios, la misma que ahora es fundamental y vigente.
¿Entonces, dentro de esta cosmovisión, podría explicarnos en qué consiste y qué significado tienen las cabañuelas?
Las cabañuelas son indicadores naturales que nos permiten pronosticar el comportamiento climático de la campaña agrícola que viene, para tomar las medidas, tecnologías y decisiones que eviten los riesgos climáticos y aseguren una campaña que responda a las necesidades alimentarias de las familias comuneras.
Es un conocimiento local para la reducción de riesgos y adaptación al cambio climático en la agricultura andina.
Los agricultores observan las condiciones climáticas los primeros días de agosto, asignándole a los meses del año un día a partir del primero de agosto, de modo que el primer día de agosto corresponde al mes de agosto, el segundo día a setiembre y así sucesivamente, para luego empezar nuevamente una segunda cuenta para comprobar el comportamiento de las lluvias durante el ciclo de producción agrícola.
Estas predicciones se hacen a partir de la observación de los distintos fenómenos atmosféricos que tiene lugar a lo largo de cada uno de los días señalados, de esta manera se define en qué meses tendremos lluvias y qué meses serán secos, con veranillos cortos o largos; lo que permite planificar la época de siembra de los diferentes cultivos y decidir las tecnologías, sistemas de labranza, tipo y variedades de cultivos. Los antepasados no solo tomaban en cuenta las cabañuelas, sino también la posición del sol y la luna, la forma de observar el comportamiento de algunas aves y animales, la aparición de algunas flores silvestres, etc. Estos indicadores naturales eran de mucha utilidad para tomar decisiones en la planificación de la producción, por ejemplo, cuando el zorro tiene un aullido claro y completo es un año bueno para los campesinos y si el aullido es a medias o es incompleto es mal año, así de muchos otros animales.
Estos saberes tan importantes de nuestros abuelos, en la actualidad se van perdiendo porque las nuevas generaciones en las comunidades campesinas van incorporando nuevas costumbres foráneas; aparecen iglesias o sextas religiosas que desestiman estos saberes generando vacíos y debilitando la identidad. Otro factor que impacta fuertemente en la actualidad es la variabilidad del clima por los efectos del calentamiento global, generando incertidumbre en la planificación en la producción agrícola andina.
¿Actualmente, se toma en cuenta el calendario agrícola para la siembra?
En la actualidad son muy pocos los que toman en cuenta esta práctica, especialmente los campesinos adultos que siempre han estado ligados a sus territorios y que nunca dejaron el espacio donde siempre han hecho vida en armonía con la naturaleza. Los campesinos jóvenes que migran constantemente fuera de su comunidad han perdido estas prácticas más aún cuando pertenecen a una iglesia o sexta religiosa ya que no les permiten valorar estos saberes. Además, dentro del calendario agrícola era importante el manejo de las cabañuelas para planificar las siembras ya sea adelantar o retrasar, especialmente cuando se refiere a los tubérculos, teniendo en cuenta la altitud y los pisos ecológicos donde la producción agrícola es de mucha importancia para las familias campesinas.
¿De qué manera se relacionaban nuestros ancestros con la Pachamama?
Como se ha visto, la relación de nuestros antepasados con la naturaleza ha sido siempre muy armónica. Nuestros abuelos, en señal de respeto, siempre hacían el “Ch’allay o t’inkay” que consiste básicamente en invitar a la tierra, ofrecer algo de lo que va a comer o beber, demostrando el respeto y el cariño que se tenía y esa era la forma de relacionarse con la madre tierra y con todo lo que lo rodeaba.
¿Qué prácticas ancestrales continúan en la actualidad?
En las comunidades campesinas todavía se realizan trabajos de recuperación y rehabilitación de andenerías, los cuales mejoran la calidad del suelo agrícola, sistemas de laymes en tierras comunales que permiten hacer un uso sostenible de la tierra a partir de la rotación, o los sistemas de labranza como el challwawaqtan, que orientan los surcos en forma de espina de pescado, con el objetivo de reducir la erosión del suelo y aprovechar mejor el agua de lluvia o el uso de guano de corral como abonamiento natural.
¿Cree usted que algunas de estas acciones pueden contribuir a mitigar los efectos del cambio climático? ¿De qué forma?
Claro que sí, porque a lo largo de los tiempos nuestros abuelos han desarrollado tecnologías agrícolas que se adaptan a entornos extremos. En las alturas de las provincias altas de nuestra región Cusco, por ejemplo, han logrado cultivar y criar productos como la quinua, el tarwi y animales como la vicuña, la llama, la alpaca. En el caso de los abonos orgánicos se realiza para recuperar la fertilidad natural, biológica, química y hasta física del suelo. Además, la materia orgánica contribuye a almacenar el agua de lluvia que llega al suelo, manteniendo la humedad durante el ciclo vegetativo del cultivo. Estas tecnologías ancestrales son sostenibles y amigables con el ecosistema, no como los insumos agroquímicos que se utilizan para multiplicar la producción y lograr alimentos que llegan al mercado, vistosos y con altos riesgos para la salud humana.

Entrevista a Celso Quispe Zanabria, Director Ejecutivo del Centro para el Desarrollo de los Pueblos – CEDEP AYLLU
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