
El filósofo Eduardo Cáceres Valdivia realiza una mirada integral de cómo llega nuestro país al Bicentenario de su Independencia. Aunque llegamos en medio de una crisis política, sanitaria, social y económica, siempre hay espacio para pensar en lograr un Estado que garantice derechos básicos, satisfaga las necesidades de sus habitantes y reconozca la diversidad cultural. En esta entrevista, Cáceres Valdivia analiza nuestro Estado fragmentado, nuestra democracia debilitada y los riesgos que esta representa, y destaca grandes ejemplos que nos identifican como país.
¿Cómo llega, desde su mirada, el Perú al Bicentenario de la Independencia?
En una gran y muy profunda crisis. En realidad, hay varias crisis que se están retroalimentando mutuamente. Una de ellas es la sanitaria que se ha convertido en una social y económica, a raíz de la expansión de este virus nos afecta. A causa de la pandemia y las medidas que se tomaron hemos constatado el nivel de colapso estructural del Estado peruano, de los servicios como salud y educación.
¿Cómo ve el 2021 a la luz de los recientes acontecimientos políticos y sociales?
Llegamos al Bicentenario con una crisis muy profunda del régimen político. Esto se hizo más notorio a fines del 2017 con el primer intento de vacancia del presidente Pedro Pablo Kuczynski, que fue superada usando una alianza con Kenyi Fujimori y el indulto a Alberto Fujimori que generó un repudio social. Y en los últimos días hemos visto como este Congreso, que es la expresión de la fragmentación, la debilidad del escenario político, ha entrado a una confrontación con el Poder Ejecutivo sin ver los beneficios para el país. Llegamos al Bicentenario en un contexto con varias crisis y ninguna de ellas con solución (posible) a corto plazo.
¿Llegamos entonces al bicentenario con un país dividido y polarizado?
Muy polarizado, pero de diferentes maneras. Es decir, hay una evidente polarización económica por la desigual distribución de la riqueza y del ingreso y en las diferentes formas como los sectores sociales enfrentan la pandemia; hay una polarización social por las fracturas y descuentos; y hay una polarización política. Todo eso enreda mucho más el panorama y hace más difícil ver una solución razonable.
¿Cuánto puede soportar un Estado como el peruano este conjunto de polarizaciones?
El Estado peruano soporta mucho (risas), pero lo hace a costa de su propia existencia. Hemos soportado en la década de los 80’, por ejemplo, dos guerras internas: el Estado frente a Sendero Luminoso y contra el MRTA.
Da la sensación que tenemos un Estado con complejo de bombero: solo apaga incendios, pero no busca soluciones duraderas a los conflictos o polarizaciones.
Efectivamente. No hay voluntad de hacerlo, y es que el Estado tampoco es un actor como tal. Es una maquinaria burocrática, militar, no hay un Estado que se autogobierne, sino que es gobernador por los gobernantes, que son puestos por la sociedad. Entonces, no tenemos un Estado sino un archipiélago de instituciones que dan la apariencia de Estado.
Resulta triste que en casi 200 años el Perú no sea una unidad sino un conjunto de compartimientos que no funcionan juntos.
Allí ya entramos a un problema más de fondo, porque estamos llegando al Bicentenario con una República incompleta, frustrada, fracasada y fallida. Nunca logró resolver lo que (Jorge) Basadre identificó como la fractura entre el Estado burocrático y el Perú profundo, el real. Las dos expresiones más acertadas para definir al Estado peruano han sido llamarlo República Aristocrática, lo que Basadre usó para caracterizar al periodo de fines 1895 y hasta el leguiísmo (1919 y 1930); y la otra que utilizó Henry Pease: la República Oligárquica, que instaura después del tercer militarismo en los años 30’ y que tiene su mayor esplendor en los gobiernos de (Manuel A.) Odría, (Manuel) Prado y el propio (Fernando) Belaunde.
Me preguntaba si la República del Perú es democrática, social, independiente y soberana. Y si el Estado es uno e indivisible. Y si su gobierno es unitario, representativo y descentralizado, y si se organiza según el principio de separación de poderes, como dice el artículo 43° de la Constitución Política del Perú.
Cuando usted leía eso yo decía de qué país está hablando (risas). Es puramente declarativo. Seguramente hay textos iguales en cualquiera de las constituciones anteriores. Lo invito a hacer un ejercicio periodístico que puede ser interesante. Salga a la calle y pregunte a qué país se refiere este texto: ninguno va a decir Perú probablemente. El Perú no se ajusta para nada a ninguna de esas características.
Julio Cotler decía hace nueve años, cuando analizó el Bicentenario, “que el Perú es un país todavía muy quemado, muy fragmentado y escindido como para que distintas partes lleguen a ponerse de acuerdo en una sola plataforma”. ¿Coincide con esa mirada?
Julio tenía razón en eso. Somos un país muy fragmentado, escindido. Ahora, ¿es un tema de acuerdos solamente o es un problema más de fondo? Es un asunto más de fondo, porque tiene que ver con historia, de proyecto, de liderazgo, de cultura. El problema no va a resolverse en base a acuerdos puntuales entre sus fragmentos.
¿Hay temas centrales que podrían unirnos?
Qué deberían unirnos yo diría. Esta pandemia, por ejemplo, nos está haciendo tomar conciencia de muchos asuntos cruciales que deberían ser acuerdos de las inmensas mayorías. En primer lugar, un Estado que garantice derechos básicos a sus ciudadanos y que esté en capacidad de asegurar servicios públicos como universales: educación, salud, agua, ingreso mínimo. En segundo lugar, necesitamos una economía productiva, competitiva y orientada a resolver, sobre todo, las necesidades de sus habitantes. En tercer lugar, una sociedad que reconozca la diversidad cultural, la diferencia, la pluralidad.
Sobre este tercer eje. ¿Cómo deberíamos trazar la construcción de una sociedad más dialogante y multicultural?
Debe haber políticas públicas para reivindicar la diversidad y la igualdad de todas las culturas y expresiones e identidades sociales.
En promedio cada 11 años en el Perú había un golpe de Estado, lo que hemos superado después de Alberto Fujimori. Pero, ¿cuánto hemos crecido como Estado, como democracia?
Muy poco. Hay dos herramientas para medir eso: el Latinobarómetro que es una iniciativa que aplica más de 25 mil encuestas y hace un seguimiento de la opinión pública, y la encuesta de hogares del INEI toca este tema. En ambos casos, dicen que sí hay un apoyo mayoritario a la democracia como sistema preferible frente a cualquier otro sistema político con más del 60%. La visión de esa democracia, sin embargo, es mínima: elecciones, protección de derechos y participación ciudadana.
Leí un libro sobre el debilitamiento de la democracia europea y allí concluyen que es cierto que la mayoría cree que la democracia es preferible a otro sistema. En contraste, la gente participa menos de esa democracia.
Así es. Es una democracia mínima. Toda esta crisis de la política es muy grande y es a causa de eso.
En estos años se ha visto que hay todavía personas que extrañan el pasado y algunos otros el pasado de los caudillos, de los radicales y de los populismos.
Soy muy reacio a usar el término populismo, porque ha perdido todo valor explicativo, porque (Donald) Trump es populista, (Vladimir) Putin es populista, Evo Morales es populista, Cristina Fernández de Kirchner es populista, (Jair) Bolsonaro es populista. Es mejor hablar de caudillos de izquierda y de derecha. Conforme las instituciones democráticas se han vaciado de contenido, aparecen las malas artes que ocasiona el surgimiento de caudillos salvadores que pueden ser de derecha o de izquierda. En el Perú aparecen Antauro Humala y Daniel Urresti.
¿Qué aspectos positivos podemos rescatar y destacar en estos 199 años de independencia?
Que hemos sobrevivido, que ya es bastante. El Perú no tuvo nunca movimientos separatistas, salvo uno en los años 1920 en Iquitos que se desarmó solo. Otros países han tenido movimientos separatistas más fuertes. Más allá de la diversidad, el Perú tiene una unidad que es difícil de explicar. El principal capital del Perú es la diversidad cultural, económica, social, étnica.
¿Qué ejemplos deberíamos recordar? ¿A quiénes deberíamos revalorar?
Deberíamos hacer una lista cívica de fundadores, así como tenemos una de precursores y los próceres. Hay personajes a quienes debemos reivindicar como a José Faustino Sánchez Carrión, al fundador del partido civilista Manuel Pardo, los del pensamiento crítico que van desde Manuel Gonzales Prada hasta José Carlos Mariátegui -yo particularmente creo que lo de Mariátegui fue extraordinario-. Y por su compromiso con su país están Miguel Grau y Andrés Avelino Cáceres. Además, debemos reivindicar el papel de las mujeres de finales del siglo XIX como Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello, María Trinidad Enríquez, y una lista más grande hasta llegar a nuestros días. Cada uno debería tener su propia lista, porque tenemos una enorme cantidad de peruanos y peruanas ilustres que han aportado con su ejemplo, sus obras, etc. Somos un país muy rico.
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