29/09/2023

El Perú es Lima: centralización, descentralización, “recentralización”

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“Dios es peruano, pero sus oficinas están solamente en Lima”. La frase le pertenece al millonario Roque Benavides y describe con elocuencia la forma cómo funciona el país. Se quiso descentralizar, pero el proceso falló por causas que se analizan en este trabajo.

Escribe: Alberto García Campana

Roque Benavides, el rey Midas de la minería peruana, expresó hace algún tiempo una frase de profundo significado: Dios es peruano, pero sus oficinas están solamente en Lima. Y es cierto. La historia del Perú está asentada sobre los rieles de un manejo centralizado y de una adopción de decisiones que son transmitidas de manera vertical desde Lima. Si bien a lo largo del tiempo se han impulsado algunos ensayos de descentralización, todos ellos han naufragado ante una irrefutable constatación que los peruanos nos hemos acostumbrado a mirar siempre hacia el centro, y es en el centro en el que está instalado el “señor gobierno”.

Una historia de varios siglos

Sin duda, la referencia más recurrida acerca de la administración del territorio nacional se encuentra en el Tawantinsuyu. El Cusco era el corazón del Imperio Inka y desde aquí gobernaba el monarca, decidiendo lo que había de hacerse en los territorios actualmente ocupados en parte por Ecuador, Brasil, Chile, Argentina y Bolivia.

Luego, en la época de la ocupación española, la ciudad de Lima fue convertida en la capital del Perú y, en consecuencia, sede del gobierno. Allí estaba instalado el virrey y tenía representantes en las principales ciudades del interior, bajo la figura de intendentes, corregidores, etc.

No cambió mucho la situación en los siglos siguientes. En 1993, la Constitución Política reconoció al Cusco como la Capital Histórica del Perú, más como una reivindicación sentimental sin mayores atribuciones reales, manteniéndose a Lima como la capital política y administrativa.

Un intento fallido

El discurso federalista hizo carne en algunos representantes de la política peruana en los años aurorales de la república, pero esos intentos naufragaron ante la arremetida de los conglomerados económicos que habían instalado su base de operaciones en Lima, resistiéndose a cualquier forma de transferir atribuciones administrativas al interior del país.

En el primer gobierno de Alan García (1985–1990) se puso en marcha quizás el más serio intento de regionalización (mas no de descentralización), disponiendo “manu militari” que los entonces departamentos se fusionaran para conformar las regiones.

De esta manera, la orden vertical para la unión extendió la partida de nacimiento a la Región Inka, conformada por los departamentos de Cusco, Apurímac y Madre de Dios. La idea de impulsar la regionalización colisionó sin embargo con la realidad, pues el Cusco siguió fortaleciendo una especie de pequeño centralismo en desmedro de los otros dos departamentos.

La Ley de creación de los gobiernos regionales establecía que eran miembros natos de la Asamblea Regional, los alcaldes provinciales de los tres departamentos. De acuerdo a esa disposición, el Cusco tenía a 13 alcaldes, Apurímac a 7 y Madre de Dios solamente a 3.

Pero, no eran solamente los alcaldes provinciales los que integraban el órgano legislativo regional, sino también estaban los representantes de organizaciones de la sociedad civil (por ejemplo, las cámaras de comercio, los productores ganaderos y lecheros, etc.), además de miembros de los partidos políticos que habían sido elegidos en comicios universales, como Teo Paredes (Apra), Roberto Durand (Acción Popular), Adolfo Saloma (Patria Roja), Walter Angulo (Izquierda Socialista).

Obviamente, la sede del Gobierno de la Región Inka se estableció en Cusco. Esta experiencia duró poco más de dos años, pues el 5 de abril de 1992, como parte del autogolpe de Fujimori, se procedió a disolver los gobiernos regionales.

Más deber, poco haber

El balance de aquella experiencia arroja más en el rubro de las limitaciones, quedando muy poco de saldo positivo. Se logró la transferencia de acciones de empresas del sector turismo, (Emturin), se asumió la conducción de la empresa de electricidad EGEMSA y de la empresa de la coca ENACO S.A., además de controlar las actividades de la empresa minera Tintaya.

De igual modo, se logró que el centralismo transfiriera al gobierno regional la gestión de las instituciones públicas, como Educación, Vivienda, Transportes y Comunicaciones, Energía y Minas, etc.

Sin embargo, no se sentaron las bases para que la descentralización de funciones se consolide, y por ello tal vez resulte explicable por qué, cuando Fujimori decidió disolver el gobierno regional Inka, casi todos los pobladores de Cusco, Apurímac y Madre de Dios aplaudieron esa medida.

Nunca se pudo conseguir que por ejemplo los ingresos generados por el ingreso de turistas a la Llaqta Inka de Machupicchu beneficien al Cusco o que la energía generada por el proyecto Camisea sirva para el desarrollo del Cusco. “Papá gobierno” está sentado en sus aposentos limeños y   refuerza, cada vez con menos pudor, aquella infame expresión atribuida a Abraham Valdelomar: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión y el Jirón de la Unión es el Palais Concert”.