
La educación pública en el bicentenario es víctima de crímenes de lesa humanidad, traducidas en lesa educativa, curricular, didáctica y evaluativas. Esta se ha vestido de homogeneización, estandarización y colonización abusiva, obtusa y centralista. Necesitamos una educación sin papeles, sin escritorios ni pupitres administrativos, con posibilidades de sentir, pensar, conocer y hacer desde y para la interculturalidad.
Escribe: Arturo Ferro Vásquez – Gerente Regional de Educación del Cusco.
Se consideran crímenes de lesa humanidad o contra la humanidad aquellos delitos especialmente atroces y de carácter inhumano, que forman parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil, cometidos muchas veces desde el propio Estado, mediante la generación de artificios, políticas educativas y programas presupuestales. También se utilizan mecanismos como currículos únicos y obligatorios, textos para estudiantes que mutilan la cultura o la lengua y guías adoctrinadores de lo ajeno que generan en las mentes de los maestros dependencia a lo tecnocrático y los convierte en autómatas, files eslavos y obedientes de sus intereses, casi siempre opresores.
Tenemos una educación más parecida al virreinato de antes de 1542 que una libre y próspera. Parecería que no hemos cambiado nada. En el 2021 somos libres sin libertad y somos pobres con una pobre educación.
No tenemos independencia de acción y decisión, ni autonomías regionales y, lo que es peor, cada día nos arrebatan lo más preciado para nosotros: las oportunidades que son para todos y todas son entregadas a un grupo de privilegiados que deciden sobre la educación desde Lima, desde sus élites y desde su ignorancia pura y dura de la realidad, de las culturas y las racionalidades nuestras.
En los discursos hemos avanzado bastante y en los hechos hemos retrocedido mucho. Este sistema educativo hipócrita reproduce injusticias, inequidades y miedos. Ha fracasado y sus seguidores merecen ser denunciados, juzgados y sentenciados por crímenes de lesa humanidad en educación, además deben renunciar por la crisis en que nos han dejado la educación.
Casi siempre son los mismos, haciendo lo mismo y cerrándole la puerta a los mismos críticos, a las mismas regiones y a los mismísimos maestros, que curiosamente son los que más saben de educación. Uno de los errores fatales del sistema es confiar la educación a profesionales que de educación no saben nada o saben muy poco, esos tecnócratas deben dejar el timonel de la educación a profesionales de las provincias, porque es la única forma de regionalizar el Ministerio de Educación, el Consejo Nacional de Educación y la Superintendencia Nacional de Educación Superior.

Dos siglos de olvido
Con 200 años de olvido, invisibilización y negación de nuestra existencia, se ha llevado a la educación de este país al colapso, y estoy seguro de que, si seguimos manteniendo el mismo sistema nefasto, en otros 200 años nos arrepentiremos. Pero es necesario considerar que los maestros y maestras merecen recibir un homenaje y deben ser declarados personajes ilustres del bicentenario. Ellos han sido capaces de soportar y someterse a este sistema, pero nunca se pusieron de rodillas, sino, por el contrario, afrontan de pie los cambios, antojos y caprichos de los burócratas.
¿Y cómo nos proyectamos en los 200 años siguientes? Quizá con una nueva Constitución, con estados federales y con la plena libertad de cátedra en la acción de la escuela y el aula. Aspiramos a tener una educación para la libertad, para la felicidad y para la justicia, libre de corrupción. Sin notas, sin exámenes, con aprobaciones automáticas y sobre todo sin tecnocratismos, ni burocratismos; fundamentalmente con pensamiento crítico y atención a todas las diversidades, incluso a esas que nos dan miedo.
Una escuela sin uniformes, sin desfiles, sin abuso de poder de los maestros, sin privaciones y mordazas. Una educación sin UGEL, con inversiones públicas que vayan más allá del fierro y el cemento, con autoridades que se atrevan a hacer una auténtica revolución educativa con los maestros y maestras.
Una educación sin papeles, sin escritorios ni pupitres administrativos, con posibilidades de sentir, pensar, conocer y hacer desde y para la interculturalidad. Una educación que jamás sea centralista, pero tampoco descentralizada sino federalizada. Una educación solo pública, pero de calidad, donde nuestros hijos e hijas sean los hijos del pueblo y no de un sistema mercantilista, consumista y superficial. O sea, una escuela del pueblo para el pueblo y con el pueblo.
El modelo fallido
Por si algunas personas no lo han notado, el modelo educativo que tenemos hace 20 años no es tan diferente de los que teníamos al principio de la independencia, hace 200 años, donde solo algunas élites estudiaban y el resto tenía que vivir a su suerte el aprendizaje. En estos 20 años se han creado nuevos virreyes, nuevos opresores y nuevos personajes siniestros que nos han robado nuestra esperanza y el futuro de nuestros niños, y los han convertido en programas presupuestales enlatados, añejos y petrificados para el pensar y el sentir.
La educación de los próximos años debe formar buenas personas, capaces de pensar colectivamente y de sentir desde el nosotros, buscando siempre el bien común y que, en esta sociedad de todos y todas, podamos desarrollar nuestros talentos desde las oportunidades que brinda la escuela a todos y todas… y no solo para los unos o para los otros.
LO QUE DEBERÍA SUCEDER PRONTO EN LA EDUCACIÓN PERUANA
1. Democracia sin autoritarismo, ni manipulación.
2. Solidaridad sin caridad, ni pena.
3. Fe sin fanatismo, ni servilismo.
4. Paz sin conflicto, ni enfrentamientos.
5. Lealtad sin sumisión, ni traiciones.
6. Identidad sin alienación, ni imitación.
7. Tolerancia sin miedo, ni pasividad.
8. Asertividad sin humillación, ni violencia.
9. Diálogo sin coacciones, ni condicionamientos.
10. Apertura sin manipulación, ni aprovechamientos
11. Humildad sin genuflexión, ni obediencia a ciegas.
12. Respeto sin sometimiento, ni chantajes.
13. Amor sin intereses, ni hipocresías.
14. Responsabilidad sin dominación, ni sobrecargas.
15. Magia sin improvisación, ni tecnicismos.
16. Orden sin meticulosidad, ni burocracia.
17. Armonía sin estructuralismos, ni complicidades
18. Honestidad sin corrupción, ni tráfico de influencias.
19. Resiliencia sin perder la sensibilidad, ni el orgullo.
20. Empatía sin condiciones, ni presiones.
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